Ana Ipas, periodista del Heraldo de Aragón, redactó muy bien la noticia. Inma se perdió el sábado bajando de la Mesa de los Tres Reyes, pero su valor e inteligencia transmutaron lo que pudo ser una pesadilla en una gran lección aprendida. Como diría Gartner, además de “minimizar”, “aprovechó” el riesgo.
El Colegio Juan de Lanuza nos gusta, a mi mujer y a mí, por muchas razones. Una de ellas, esa que cala muy hondo en nuestro corazoncito, es el Club de Montaña. Entre 50 y 80 personas, padres y niños de todas las edades, salimos al monte un fin de semana casi cada mes. A andar y compartir, conocer nuestro Aragón y saber sobre nosotros mismos, alejados del asfalto y cercanos a los orígenes.
Todo lo organizan entre dos o tres padres, desinteresadamente. Y no es baladí. Emilio y Anabel dedican horas sin cuento cada mes a la organización. Rutas, reservas -y no es fácil reservar en algunos lugares para 80 personas-, comunicaciones, confirmaciones, citas… pero merece la pena. Estamos seguros de ello.
Los papás y mamás nos lo pasamos genial. El ambiente es absolutamente cordial, festivo, abierto a cualquier incorporación, predispuesto a la broma sana y la charla fácil.
Pero los chicos… ellos aprenden. Lecciones muy importantes. El valor del equipo, la futilidad de la inmediatez, la necesidad del esfuerzo, la aceptación de los contratiempos, el mérito de la recompensa, el amor por la naturaleza.
He sido formador en lo que los americanos llaman Calidad Total, dedicando semanas y semanas a explicar y motivar a las personas para que trabajen en equipo. Estos chicos lo viven, lo aprenden e interiorizan cada vez que salen. Como cuando bajando de la Gran Facha, el primer fin de semana de Septiembre, Jesús y Borja esperaron a Hermes, todos de 9 años, para animarlo y acompañarlo en su caminata. Se había cortado un talón andando descalzo sobre las rocas del collado, al quitarse las botas para descansar los pies. Era su segundo 3.000. El primero fue el año pasado, con 8 años, cuando subió con el resto del grupo al Monte Perdido. Estos chicos y chicas saben lo que es la camaradería, si alguien lo duda que les pregunte cómo se sintieron la noche del sábado pasado.
Para la mayoría, todo es fácil en la ciudad. ¡Tengo hambre!... cómprate cualquier cosa. ¡Quiero ir a casa! Ya mismo estamos. Me siento mal, y ya estoy en urgencias.
En la montaña esto es diferente, el niño lo aprende rápido. La única opción inmediata, las más de las veces, es dar otro paso, y continuar. Y además, disfrutar, aunque no haya chuches, ni psp, ni un mando a distancia en la mano. La inmediatez pierde sentido, su exigencia resulta fútil.
El valor del esfuerzo continuado, la necesidad de mantener un ritmo, sobreponerse al cansancio, andar para llegar, aunque sólo sea para regresar, no es fácil de adquirir sobre el asfalto. Y tener a tus padres al lado, compartiendo esfuerzos y sonrisas, ahonda la impronta de la experiencia.
Noviembre del 2005, en la Sierra de Sis. Un terreno suave y ondulado, el sol de otoño invita a la charla y la relajación. No ha llegado el mediodía y ya estamos avisando ¡a este ritmo se nos hará de noche! Y así fue. Llegamos dos horas después de anochecer, compartiendo linternas, canciones e historias de miedo. Toda una experiencia para nuestros pequeños, caminar en semejante oscuridad.
Calcena, Febrero del 2006. Una nevada espectacular nos encuentra subiendo por los barrancos de Purujosa. ¡Qué mejor oportunidad para visitar esas cuevas! ¡Y para dar vida a la familia Snow! En flickr los podéis encontrar.
Los contratiempos, los riesgos no se buscan, se minimizan, pero… una vez hallados, los concebimos como oportunidades, y así los transmitimos a nuestros hijos. Y os aseguro que se empapan de esa visión.
Ayer brindaron con cava para recibir a Inma, su chica y el pequeño. La alegría tuvo su lugar, aún tras la tremenda preocupación. Y esa también es una importante lección, el valor de la recompensa.
Por último voy a trasladar un fragmento de conversación con mi hijo de 9 años, hace poco más o menos un mes, bajando de la Gran Facha
Papá ¿porqué venimos?
Tú elegiste venir ¿porqué lo hiciste?
Por que me gusta papá, me gusta andar por donde vamos y ver lo que estoy viendo.
Y me conmovió, no me preguntéis por qué.